En los primeros hijos de este ciclo renovado, son los relevos entre el alba y el crepúsculo inusualmente más breves, el cielo cubre su semblante con velos de agua, que se derraman sobre la piel de los valles como crema que quema con su gélida consistencia, y las constelaciones sobre el cráneo del mundo adornan la aureola de cuerpos nubíferos sobre la esfera de los sueños asfixiados, y desciende la temperatura de los senos de la dama dormida, al cubrirse con atavíos de gélidas escarchas; empero en estos días -recién salidos de la matriz del tiempo-, la simiente aguarda bajo tierra a que la esperanza abandone su crisálida y extienda sus alas, sobre volando el ropaje álgido de este punto en la historia.