Un cielo infeliz
la mano cortada
el campo sonoro
la serenidad del abrojo
el incendio extinguido
la materia inorgánica
el cuerpo sumergido
hasta la mitad del pozo
como un árbol suspendido
en el centro del abismo.
Mis manos sugieren
la belicosa plantación
un sinfín de moreras
un atroz devenir
de materiales infectados
por caracolas de henchido
cuerpo viril.
Son apenas labios
algo que procrea y excita
una unión negligente
de generadores de luz viva.
Escrita sobre el cieno
la luz deriva en bruscos apetitos
mis manos altivas y mis brazos solícitos
provocan la lentitud del crepúsculo invadido.
Desprecio la carne altanera el triunfo solitario
el vendaval de aire que no perfora las sandalias
y ese infecto orificio que renuevan las piedras ardientes.
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