Cuando llegue el último día
del invierno
a penas podrás recordar ya
por qué estabas tan triste
aquella tarde de sol.
Hacía viento y no estabas
llorando
y la arena se movía
en aquel desierto
cubriendo nuestras huellas
al mismo tiempo que se desvanecían
nuestros pasos
bajo la luz de otros pasos.
Miro atrás, y ya no hay nadie.
A veces mientras duermo
escucho el eco de su voz
como si los fantasmas
pudieran mirarnos todavía
desde la oscuridad del pasado.
Cuando llegue el último día
que nos recuerden
nuestra efímera existencia
quedará tan reducida
a una ilusión del tiempo.
Quizá algún día
volveremos a ser.