Contestaste a mi mirada
con tu tímida sonrisa,
enigmática,
indecisa.
De tu boca se escapaba
la codicia fugitiva
que se inflama,
que suspira.
Provocando que una llama
incendiase mis pupilas
a la santa
valentía.
Se escurrieron en tu falda
mis dos manos a hurtadillas
sin la traba
de las prisas.
Con el tacto de la organza
te privé de la camisa,
que era clara
como el día.
Y los dedos en tu espalda
dibujaron en cursiva,
con el ansia,
mis caricias.
Se quedaron en las sábanas
el placer y las delicias
de esta fábula
encendida.
Fue una tibia madrugada
de una noche clandestina,
y tus brasas
mis cenizas.