¡Palabras de nadie!
Agua salada en los labios cruzados
con su hambruna de llanto,
corazón de piedra;
Pájaro negro allá arriba merodeando
como centinela,
hurgando un cuerpo a solas en su hondo pozo,
y un montón de voces al costado,
acumulados como tierra;
Palabras amontonadas, como sed que se resiste
y nos despierta en la media noche
cuando la lluvia rompe el silencio;
¿Quién se atreve a darle sonido?
¿Quién se atreve a esparcirlo por los oídos?
Solo un corazón insolente y perturbado
puede palpitar en sus afanes
las voces de una boca dulce que no se apaga
ni en una hambrienta huesa.
Viento turbio de alas oscuras
que envuelve impunemente nuestros hombros
oprimidos de cansancio y pesadumbre;
Oruga que arrastra sus hambres
en vagones rumbo a lo hondo de la tierra
al vacío, en una carrera sin final que jamás
ha de conocer victoria;
¡Y parece humano!
¡Parece abdomen penitente de uno de los nuestros!
¡Parece que va perseguido por la tarde muerta!
¡Y es inútil gritar desde el fondo!
Se enciende una lámpara,
canta un ruiseñor en la mañana,
desde su árbol tras la ventana,
canta su juventud, con el pico perfumado;
Las palabras sueltas, encantadas
se suben a su laringe con ganas de volar con el aire
y solo descienden lágrimas
y hojas verdes tatuadas en la ruina del otoño.
Las voces que se quedan como prisioneras
crujen en el abecedario,
a media voz, como en triste víspera
para ser oída por el que se yace muerto
¡Triste alma de una palabra
es el sollozo!
Estribillo de un azote inmaterial,
canto deforme de bohemio enlutado
que sacude su sueño desteñido y quebrado
por cada ausencia;
¡Palabras de nadie!
Suburbio de angustia,
tiempos de angurria
en un día que fue alba por diez mil calles,
tiempo que viene para solo irse,
tiempo que se va y se desvanece en nuestra piel
dejando costras;
Miro a hurtadillas
y no hay nada en el aire,
apenas una despedida de no se quien
que insiste en el silencio;
¡Calcinadora verdad es el dolor!
Consume, quema,
alimenta la sed delirante,
ahoga la avidez de muerte que nos corroe
las arterias de vitalidad
en idéntica burla;
Tristeza acumulada en un ojo,
rostro desvivido que cabalga su pena
en el día gris hasta el cansancio,
hasta la duna desértica, allí donde no hay nadie,
allí donde el aire se hace pesado;
¡Impasible verdad es el ocaso!
Resbala con lentitud, atraviesa, inunda
los púlpitos y los candelabros,
como rio suave que cae
dejando oscuro los ojos y vacías
las manos,
se trenza en la memoria
y con las alas de los cisnes se extiende
como blanco lienzo de la víspera;
¡Completamente sin voz!
tocar al alma en su mortaja
espiar el adentro de su nicho
y esa melodía que sobrecoge es un canto de despedida
¿Quien puede decirme donde estoy?
¿Quien puede decirme que hago por aquí?
Silencio congénito,
sueño arrojado a la indiferencia,
madrugada que promete un día pavoroso
con una realidad que destruye
el sueño de una página en blanco;
¡Dios es también sombrío y triste!
¡Dios es también un sobreviviente!
¡Dios también es un prisionero de infinitas dudas!
Incalculables dudas en cada rostro,
espinosas dudas en cada paso de los pies cansados,
dejando su jadeo inmenso,
soledad congénita
palpitando a cada minuto en un rincón
en una mirada,
por cada calle que nos hace peregrino;
Caos, siempre caos
nos hace morir,
nos hace matar,
nos hace no ser
y el aire se hace siempre viento,
la piedra que nos cubre es siempre discreta y sigilosa;
La sombra es pesada y nos curva
y mas cuando se arrastra lo vivido;
La sombra es el alma,
el alma es una sombra
¡Palabras de nadie!