Matias 01

PALABRAS DE NADIE

¡Palabras de nadie!

Agua salada en los labios cruzados

con su hambruna de llanto,

corazón de piedra;

Pájaro negro allá arriba merodeando

como centinela,

hurgando un cuerpo a solas en su hondo pozo,

y un montón de voces al costado,

acumulados como tierra;

Palabras amontonadas, como sed que se resiste

y nos despierta en la media noche

cuando la lluvia rompe el silencio;

¿Quién se atreve a darle sonido?

¿Quién se atreve a esparcirlo por los oídos?

Solo un corazón insolente y perturbado

puede palpitar en sus afanes

las voces de una boca dulce que no se apaga

ni en una hambrienta huesa.

 

Viento turbio de alas oscuras

que envuelve impunemente nuestros hombros

oprimidos de cansancio y pesadumbre;

Oruga que arrastra sus hambres

en vagones rumbo a lo hondo de la tierra

al vacío, en una carrera sin final que jamás

ha de conocer victoria;

¡Y parece humano!

¡Parece abdomen penitente de uno de los nuestros!

¡Parece que va perseguido por la tarde muerta!

¡Y es inútil gritar desde el fondo!

Se enciende una lámpara,

canta un ruiseñor en la mañana,

desde su árbol tras la ventana,

canta su juventud, con el pico perfumado;

Las palabras sueltas, encantadas

se suben a su laringe con ganas de volar con el aire

y solo descienden lágrimas

y hojas verdes tatuadas en la ruina del otoño.

 

Las voces que se quedan como prisioneras

crujen en el abecedario,

a media voz, como en triste víspera

para ser oída por el que se yace muerto

¡Triste alma de una palabra

es el sollozo!

Estribillo de un azote inmaterial,

canto deforme de bohemio enlutado

que sacude su sueño desteñido y quebrado

por cada ausencia;

¡Palabras de nadie!

Suburbio de angustia,

tiempos de angurria

en un día que fue alba por diez mil calles,

tiempo que viene para solo irse,

tiempo que se va y se desvanece en nuestra piel

dejando costras;

Miro a hurtadillas

y no hay nada en el aire,

apenas una despedida de no se quien  

que insiste en el silencio;

 

¡Calcinadora verdad es el dolor!

Consume, quema,

alimenta la sed delirante,

ahoga la avidez de muerte que nos corroe

las arterias de vitalidad

en idéntica burla;

Tristeza acumulada en un ojo, 

rostro desvivido que cabalga su pena

en el día gris hasta el cansancio,

hasta la duna desértica, allí donde no hay nadie,

allí donde el aire se hace pesado;

¡Impasible verdad es el ocaso!

Resbala con lentitud, atraviesa, inunda

los púlpitos y los candelabros,

como rio suave que cae

dejando oscuro los ojos y vacías

las manos,

se trenza en la memoria

y con las alas de los cisnes se extiende

como blanco lienzo de la víspera;

 

¡Completamente sin voz!

tocar al alma en su mortaja

espiar el adentro de su nicho

y esa melodía que sobrecoge es un canto de despedida

¿Quien puede decirme donde estoy?

¿Quien puede decirme que hago por aquí?

Silencio congénito,

sueño arrojado a la indiferencia,

madrugada que promete un día pavoroso

con una realidad que destruye

el sueño de una página en blanco;

¡Dios es también sombrío y triste!

¡Dios es también un sobreviviente!

¡Dios también es un prisionero de infinitas dudas!

Incalculables dudas en cada rostro,

espinosas dudas en cada paso de los pies cansados,

dejando su jadeo inmenso,

soledad congénita

palpitando a cada minuto en un rincón

en una mirada,

por cada calle que nos hace peregrino;

Caos, siempre caos

nos hace morir,

nos hace matar,

nos hace no ser

y el aire se hace siempre viento,

la piedra que nos cubre es siempre discreta y sigilosa;

La sombra es pesada y nos curva

y mas cuando se arrastra lo vivido;

La sombra es el alma,

el alma es una sombra

¡Palabras de nadie!