Las calles de la ciudad te envuelven con su peculiar fulgor, y tú, tan desentendida, tan despeinada, con los pantalones rotos, pero con los bolsillos llenos de ilusiones, vas sembrando en cada paso, rosas, orquídeas y margaritas de pétalos despojadas, pero sobretodo de girasoles escarlatas, te niegas a ser obstáculo del amor propio, te transformaste en caminos, por los cuales circulan tus ganas de devorarte al mundo de una tarrascada.
Y tú pícara sonrisa le da un indiferente devaneo a aquél anónimo piropo callejero, tomándolo como tuyo, pero sin mirar de quien proviene.
Tu locura amurallada, esconde una nostalgia inaudita, pero que más da, si la vida se vive un día a la vez, entre quejas ajenas y prejuicios pasados de moda, le plantas una mueca a la decencia, sobornando al destino con una amable risa desnuda de complejos y ataduras.
Eternas lunas.