Alberto Escobar

No viendo...

 

Quien mira sin ver,
ve claro.

Simplemente Pessoa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Me asomo a su ventana.
Miro su cielo, a lo alto.
Pierdo la vista
para que el ojo
descanse.
Preciso de soltar la mente,
son horas de trabajo incesante,
sobre el blanco pantallazo
de un pc exhausto de píxeles.
Las nubes me sonríen,
juegan con un cielo
que tiende al violáceo y al malva.
Las siluetas aladas de tantos pájaros
me invitan a seguirlos...
Me enfundo la ropa deportiva,
esa que inconsútil
no resta libertad a los movimientos,
salto al vacío desde su alféizar
y justo antes de diluírme en la nada
suelto a volar mi imaginación.
Me coloco —guardando paciente
el orden de llegada y jerarquía—
detrás de la última golondrina,
la sigo no sin dificultad —su destreza
y velocidad están aún a años luz
de la mía— y me dejo llevar
a nidos desconocidos.
Me paro —cuando todas nos paramos—
a acaparar ramitas de olivo y algo de barro
que se hará adobe, y así confortar
un hogar, sin cocina ni baño, sin tv,
sin aparatos eléctricos pero con el mismo
calor...
Llevo volando la friolera de cincuenta
años, de nido en nido, de verano
en verano, de golondrina en golondrina.
Asomada a su ventana me despierto,
vuelvo ¿Dónde lo dejé?, me siento,
coloco en el centro la pantalla,
doy a intro y me introduzco, de nuevo...