Ha de brotar por fin de mis costillas
la luz que prive a todos de tristezas.
Alumbren con mi rostro sus ojeras.
Que irradien de ternura las mejillas.
Por cada bofetada que me dieran
mis ojos de alegría llorarían.
Las llagas no dan tregua a mis heridas
de tanto suplicar por los que esperan.
Me muerde el llanto de la lejanía,
de este silencio bruto en la distancia.
Benditos los que calzan mi constancia
a punta de blasfemia y letanía.
Me duele la ficción de tus palabras.
Me estoy transfigurado en quien te ama.