Alberto Escobar

Té quiero

 

Una mujer es como una bolsita de té.
Nunca sabes lo fuerte que es hasta
que se encuentra en agua caliente.

― Eleanor Roosevelt —

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Té quiero.
Elevé mis ojos sobre la bolsita
pegada al vientre de mi madre
para verte.
Jugabas a la comba, al escondite,
al pilla pilla y no sé qué ristra
de juegos de esos que abundaban
en aquellos años donde se corría,
en que los niños se hablaban
y miraban a los ojos del otro,
en esos cuando el banco del parque
se ocupaba solo para descansar,
y en los que las cosas se decían
en persona, no por escrito.
Ya de mayor, cuando las hormonas
se apoderaron de mi sangre, te miré
como se mira a una yegua
que se ofrece de jarra donde derramarse,
me gustaba hasta el horror seguir
a tu esponja verde mar deslizándose
contra la autopista de tu piel dejando
un cerco jabonoso y pompeante;
me gustaba el momento posterior,
cuando te disolvías bajo una ducha
telefónica hasta hervirte el alma,
hasta el rojor coriáceo del sabañón,
resistiendo un desierto mil veces
más cálido que cualquiera de los atacamas.
De pequeño, al tenor de tus evoluciones
juegueriles te presumía fuerte,
de miembros membrudos y contorneados
de una belleza rayana en lo apolíneo,
pero ahora que te conozco comprendo
cuánto lo eras, y no solo en lo concerniente
a lo visible —lo material y fenomenológico—
sino a lo inmatérico y espirituoso.
Tu activismo, tu dación a los demás,
tu comprensión jesucrística me abruman
aún, ya pasados todos los lustros...
Gracias por las mañanas de placer temprano
que me brindas, cuando me despiertas,
tu olor, que me trae remembranzas no vividas,
de antepasados seguro andalusíes
que llegaron hasta mí de las tierras
de las naranjas; me siento contigo, con pastas.
Me gustas más cuando te vistes de verde
que de negro, o rojo, caliente, hervíbora
y bífida como una serpiente biunívoca.
Dame solo un sorbo de tu esencia,
Solo eso, tu escozor en la punta de la lengua,
tu acre visión del placer...