Ela Andra

Un vestido amarillo con la botella en la mano

El vestido amarillo se sentía incómodo, como si no fuera de ella, como si hubiera sido prestado (tal vez robado). Apoyó sus palmas en el marco de la ventana y sacó un pesado suspiro, de aquellos que generan pena sin ser de nadie. Volteó la mirada hacia la vieja mesada de la cocina, una botella. Esa botella de vino barato que su hermano le había mandado. Con sus pies pesados se acercó a la botella y tomó el primero de incontables tragos. Tenía que irse, no podía aguantar aquel dolor, ya no más. El la atormentaba, le hacía recordar la vida y ver si valía la pena. Levantó la botella contra la mesada, pisó lo cristales del peso para olvidar el sufrimiento. No sirvió, lo único que tenía ahora era sangre y ganas de ahorcarse a sí misma por inservible. Caminó por el pasillo lleno de pollo y cuadros de pintores que ella no conocía. Su tembleque mano derecha apoyó en el picaporte de la pieza y entró, la cuna color bordó la hizo llorar más, pero lo había decidido, el tenía que irse. Vio al niño de ojos cafés mirándola con amor, el cerró los ojos y alzó la botella partida. Negro, no para ella, solo para el niño. Por lo menos ya había dejado de llorar.