Me refugio en contemplaciones austeras:
una columna, un fragmento de espliego tardío,
una fórmula matemática que no entiendo,
un helecho que duerme anclado en mi memoria.
Me sumerjo en objetos, obsesiones, tareas del pasado:
finjo ya que la vida me importa, ante mis invitados, y
luego, en el interior del jardín, este se transforma en
simple decorado. No hay tal memoria, no existe
tal recuerdo, no estimo lo que digo que estimo, ya.
Ni tampoco odio lo que dejé atrás, ni percibo lo que
está sucediendo, si sucede. Como tras la pátina visual
de una lluvia que me cala hasta los huesos, me considero
triste y anodino, vulgar y caprichoso, y de todos estos
términos huecos, sólo me enamoro de insustanciales utopías.
Me veo sonreír tras la lluvia caladora. Y también llorar.
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