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**~Novela Corta - El Eco de la Lluvia - Parte II~**

Ése violador le dejó la piel rasgada a Elena, esa noche fue sólo esa noche en la calle Amor, laceraciones en el cuerpo y sin poder ver ni observar su rostro. Y ella después de dos semanas, permanecía en el monte Gio, tramando y perpetrando una vindicta inminente, pero, sin saber a quién vá dirigida, si ella no sabía quién fue el que le violentó a su cuerpo. Sólo creó en hacer talión entre sus propias manos, si la justicia no existe, pues, ella sí, sí, Elena sí. Cuando el momento no había pernoctado en su camino y regresar al pueblo no le hacía de mucho, sino que no tenía nada, ninguna evidencia de ése individuo, así que, en realidad no tenía nada. Si Elena se miró en el espejo, ¿y qué vió?, vió a una mujer sin sueños, sin rostro y sin esencia, sin presencia, con una ausencia muy marcada, con un llanto entre sus ojos negros, y con una pesadez entre sus ojos recordando aquel desvarío y violento momento, y tan funesto instante y se dijo entre aquellos cristales del aquel espejo que son cristales nada más los que reflejan su cara, pero, algún día ése mal nacido verá su rostro de frente a él, sentirá lo que es estar atrapado entre las garras de una leona, y vá a saber lo que es ser presa de la circunstancia dejando inmóvil el cuerpo y tiritando de frío y temerá a una mujer violada. Cuando en el juego de esa cruel osadía y más cobardía, se entregará al talión de su venganza, pero, aunque ella no hacía nada por buscar y atrapar y hacer pagar a ese violador su fechoría, ella quedó tranquila, sosegada, inocua, y sin más que el deseo, sólo le quedaba soñar con haber atrapado a ése hombre violador. Aunque él, él sabía de todo lo ocurrido a Elena, Efraín, no la podía entender, pero, la amaba con todo su corazón, pero, no fue suficiente para ella. Cuando él, Efraín, en su camino corrió como corrió el correcaminos en su propio camino a buscar a Elena en el monte Gio. Cuando en el instante se debió de sentir como el mismo fuego latente y tan penetrante como la misma luz, pero, ¿qué luz?, se decía ella, si había quedado sin la luz en su propia alma. Cuando en el recorrido de esa luz, había quedado sin tiempo, con luz descendente, y con un tiempo en que el sol no dió abastos ni con dolor y con tristezas. La luz, ¡ay, de la luz!, ¡bendita sea la luz!, dejando una oscura sensación entre sus ojazos negros que destilan verdad, ansiedad y hambre de una venganza que no tenía principio ni fin. Cuando el ocaso quiso lluvia, y se regaron gotas de dolor por el suelo, y el eco de la lluvia, otra vez, en el suelo y como un tambor sonaban, que le hacía recordar la fuerza que hizo en contra de aquella violación, y el eco de la lluvia otra vez, caían frente a ella, desatando la euforia, viviendo el recuerdo, y reviviendo aquel momento, cuando su cuerpo fue herido, y más que eso violentado por un mal hombre de y en la calle Amor. Cuando en el monte Gio, sólo siente pasar la lluvia, como un aguacero torrencial desatando el eco de la lluvia como si fuera un sonido imborrable e indeleble en su propia alma. Buscando una verdad y soslayando en el tiempo con una manera fría de sentir y de ver el cielo como el más nefasto de los tiempos, cuando en el ocaso frío irrumpió en llanto y en un álgido momento en que la lluvia era como el eco de la lluvia. Como queriendo abatir la espera y tan inesperada de su violentado cuerpo, cuando no era así, como el primor de la juventud, pero, sin poder olvidar el trance vivido, sólo dobló el codo como cuando se torce el brazo en señal de aceptación, de equívoca vindicta y de un momento ardido de pena y de dolor y de una herida y tan profunda en que sólo le dejó un fuerte dolor en el mismo corazón y sin poder amar jamás. Efraín la seguía y la perseguía en silencio, desnudando su impotente ira en querer amarla con bien. Si Efraín, sólo Efraín, quizás sabía de todo, de su terrible violación y la identidad de su violador, cuando en el suburbio autónomo de la verdad y de la certeza, sólo se barrió el tormento en saber que el destino era frío como el mismo mal instante en que ella Elena, pasó en su corta vida. Cuando él su novio llamado Efraín, sabía de todo, pues, él la perseguía porque algo le pasaría, a ella a Elena. Cuando en el monte Gio, se enredó su oír y escuchando el eco de la lluvia, sólo se fijó en una forma de crear en la sabiduría que le daba la lluvia como un eco ensordecedor, si lloró como nunca y más sus lágrimas álgidas, acérrimas y aciagas y con hiel de la amarga cayeron en su boca, cuando en el instante se dió como lo más amargo de su vida, cuando en ese momento calló lo que calla un tormento y una terrible violación imborrable e indeleble en su pobre espíritu que no se puede borrar ni mucho menos olvidar. Cuando en el primer deseo se aferró a la verdad en querer llorara con la fuerza de esa lluvia y con ese eco de la lluvia que oía al parecer como un fuerte tambor. Y ella, sólo ella, Elena, en el monte Gio, se dió lo más interrumpido de las ideas y tan fuertes como poder ir y volver sin dolor, pero, no se pudo más ser así. Cuando en el aire se dió el tormento frío y por una lluvia autónoma de saber que el delirio frío era la misma lluvia que caía desde lo más alto del cielo gris. Y ella, sólo quería matar, odiar y con un rencor fuerte atara el odio mismo a su fuerte corazón y sin poder olvidar la mala suerte que tuvo con ese violento hombre sólo quiso olvidar, pero, aunque trató no pudo más que poder recordar y en su mente el poder revivir la mala suerte que le tocó vivir. Y el monte Gio, sesgado, oblicuo, inerte, y tan real como esa lluvia que caía desde lo más profundo de su propio manantial, dejando ver el cielo de un gris tormenta por una cruel tempestad que se avecina en el mismo cielo. Cuando en el cielo, sólo en el mismo cielo, y en ese monte Gio, se hallaba Elena con el eco de la lluvia ensordecedora, cuando en aquel instante se llevó un mal recuerdo y fue poder recordar con el eco de la lluvia esa trite violación en que las gotas de lluvia caían desde lo más alto del propio cielo mismo. Si cuando Elena, se volcó su razón casi moribunda, casi inocua, casi engañosa, y tan funesta y tan aciaga, como el mismo tormento. Cuando en el ocaso frío, se dió el mismo desafío y tan frío como el mismo hielo, destrozando el enlace entre el sol y el cielo si era esa lluvia el eco de la lluvia que dejaba recordar a Elena, a su vil violación con ése hombre que ella ni conocía y ni todavía sabe quién es. Cuando en el silencio autónomo de la pureza de la verdad a ella le dolía dejar esa venganza sin ser contundentemente, y evidentemente realizada. Si a favor de ella, ella Elena, sólo solía saber que el desafío inerte y tan frío como el mismo paraíso, se hizo como el mismo desierto y en un numen desafiante. Cuando en el ocaso frío se dió lo que más, la triste desventura en el desastre de sentir esas gotas y tan frías como la misma lluvia y en que se avecinó el mal trance en que se dedicó en creer en el instante en que se intensificaron las gotas de lluvia y su eco sobre el suelo dejando estéril e inmuto desorden en los oídos por el tiempo pasado de esa vil violación hacia Elena. Y el monte Gio, no se edificó su estructura con la lluvia mojando a su interior sino que el deceso de Elena fue un total suicidio devastado por la forma y manera de creer en esa cruel venganza, la cual, la ayudó a morir en vida, dejando inerte a su corazón. Si Elena, era la más fuerte, pero, lo que le sucedió no le dejó paz ni tranquilidad, ni sosiego, sino una molestia ineficiente, un dolor inconsecuente, y una herida muy profunda, cuando se fue de la vida muriendo, si al fin y al cabo, se muere la vida. Si se fue el deseo de vivir cuando llegó el mal desenlace de un triste final en que la vida se le fue de las manos dejando inerte la vida inconsciente. Cuando en el amor de Efraín, sólo le dejó el corazón orbitando en la órbita lunar, desatando una furia real, como que el deseo se le fue de las manos atrayendo el mal deseo de querer sucumbir el desastre del mal vivir. Cuando ella logró amar su venganza, pues, en la calle Amor, sólo se electrizó la forma de ver el cielo de gris y no de tempestad, cuando en el silencio se dió como humedeciendo e inmutando la voz de Elena. Cuando en el avance real de querer amar el silencio sólo se avecinó inmutar la garganta de un sólo encanto. Cuando en el albergue de un sólo coraje del mismo corazón, se sintió como destrozando el suelo con gotas de lluvia soslayando el deseo inerte y frío en gotas que sonaban como el eco de la lluvia desde su oír. Cuando en el silencio se abasteció la calma dejando frío el corazón y llenando la razón de una sola piedad, descifrando el porvenir frío y tan descendente, como lo fue amar ciegamente a Efraín dejando en libertad a ese puro amor. Cuando en el trance vivido quedó el amor como un triste desamor y un desprecio automatizando la espera en obtener la razón perdida cuando Efraín se fue de allí y de su eterno corazón. Y amando lo que fue dejando amar se encerró el deseo de ver el cielo de gris tormenta, cuando en el alma, sólo en el alma, se dió lo que más deseo dejó el corazón en trizas o en pedazos. Cuando en la razón se petrificó tanto y por tanto que la muerte fue vida y la vida fue la misma muerte dejando atrás el siniestro cálido e irrumpiendo en un gélido y un mal desenlace y tan cruel como el haber muerto en vida. Cuando en el mal imperio de sus ojos negros se dedicó en ser tristeza y un mal final, cuando en el ocaso se petrificó la mala esencia y la mala creencia en saber que su capricho y su instinto quedó como un mal desenlace. 



Continuará………………………………………………………………………………………..