Jugaba
con mi amor
entre sus dedos.
Y en una noche sin espalda
aniquiló mi única certeza
con su filo.
Me desarmaba siempre
con la misma jugada:
un crucifijo de silencio
ese frío
que no conoce alma
ni piedad.
Mientras yo seguía siendo
el sentimiento
menos conveniente
la ceniza viva
él, era el que era
y no lo supe ver