Oigo al silencio
que llega y que me abraza
como un fantasma.
Noto sus brazos
que toman a mi cuerpo
muy fuertemente.
Y tengo miedo,
lo sé, y hasta me asusto,
de este suceso.
Tiemblan mis manos
lo mismo que mi lengua
que balbucea.
Digo tu nombre
de forma tan velada
que nadie escucha.
Y aquí se queda,
la voz en la garganta,
hoy prisionera.
Y es que el silencio
me besa con sus labios
apasionados.
Hace de brisa
que llega y que profana
mi corazón.
Y son sus besos
el néctar que confunde
a mis sentidos.
Rafael Sánchez Ortega ©
20/11/20