Tarde de lluvia esperaban
aquellos enamorados
para estar amartelados
que era lo que ellos buscaban.
Suavemente se besaban
y se colmaban de abrazos
estrechando más los lazos
de un amor prendido fuego,
que no escapó de tal juego
estallando en fogonazos.
Con mucha pasión y amor
se iniciaron las caricias,
oportunas y propicias
otorgadas con primor.
De pronto un suave clamor
se escapó desde una boca
como si un cristal de roca
cortar quisiera una flor
sin intención de dolor
pero sí con ansia loca.
Se han de imaginar el resto
que es deleite conocido,
y una vez hubo concluido
tuvo más como repuesto.
Y en ese amor yuxtapuesto
la flama no se consume
pues no hay nada que la abrume
para impedir siga ardiendo,
y así seguirá latiendo
hasta que el fuego la esfume.
Jorge Horacio Richino
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