¿Quién es el anónimo autor
de un profundo poema que brilló
que no soy ni el minúsculo tutor
y en la hemeroteca figuro yo?
Sorprendidos mis extrañados ojos
de la azul transmutación metafórica,
muy prendidos los versos como abrojos,
bellas las estrofas, alada asunción eufórica.
Un día salieron -doy fe- desde mi pluma,
gozosa paternidad de cristalina probeta
pero la incógnita, confundido, me abruma.
No reconozco mías, aliteraciones ni la zeta.
¿Cuál fue Dios la intuición creativa no creíble,
desértico alimento maná del más oculto lirismo
que arropa de ricas galas, impensadas, lo invisible,
esos edenes y Parnasos del secreto automatismo?
¿Cómo descubrir sin algoritmos ni contraseñas el desdoble
cuando inquieto acosa y vigila referente el pavor del plagio?
La noble veta musical y rítmica no es el fuste de mi roble,
sí de un oráculo, nidal de un gran vate, vector sacro de contagios.
Encofrados misterios son en la aleatoria poesía asaz emergentes,
sigilosos constructos indescifrables de donosas magias filantrópicas,
que a un mediocre del triste trinar -aún hoy pulula entre las gentes-
regalaron alguna vez, ya no dos, éditas odas megascópicas.