Caen de pronto en el mullido lecho los recuerdos,
mis rotos suspiros que se perfuman de añoranza
remembrando la desnudez de la luna en la ventana,
de aquella vez en que tembló mi carne enfebrecida
en las que tus lobas manos recorrieron mis formas,
en insaciable y trémula exploración llegaron
sin preámbulos, rotundas al acueducto de la vida;
el siniestro, y maravilloso día, en que la tarde
de tu ser se adentró en mi oscuridad de mujer novicia
aun mis sentidos perciben el umbroso edén
el gemido placentero que se deshizo en lluvia.
La ardiente caña quemada por la danza de mis bocas
forjo un río maliciado de silencio, promesa y caramelo
que se mantiene como en un largo y cruel suspenso,
en un mortal para siempre de la carne y el ensueño.