En el floral solsticio de una flor
que sangra pétalos de albor carmín,
como un puñal sangriento de Caín
que a Dios infunde horrible resplandor;
en el rosáceo velo que el candor
hace a la virgen, casto serafín,
de su fecundo cáliz el jazmín
que arrebatar pudiera un ruiseñor,
y en todo el orbe, la Nereida es
el ciclo eterno, el antes y el después
refluyendo en la inacabable luz.
Y es el mar en que reina Leviatán,
y es la savia en la flauta del dios Pan,
y es la sangre en los clavos de Jesús.