Hoy cambiamos flores por piedras.
En la extinción de un sol conocido,
amado, hecho combustión interna.
El girasol ya no apunta hacia la luz,
más bien no la encuentra.
El sol amado ha implosionado.
Agoniza, se contrajo en sí misma.
El rayo no alcanza las flores marchitas,
y donde giraban sus caras
resisten los tallos secos.
Hoy arrancamos
al girasol amante, supliéndolo
con grises piedras.
Rociada pobremente en oro
aún queda la tierra negra.
Hoy sentimos la muerte negada,
con esperanza inútil
de que sea sólo otro eclipse.
¿Ha yacido el sol amado?
¿O sobrevino sobre ella la noche?
¿Nos hemos vuelto penumbra?
¿O, de hecho, nos han suplantado?