Carlos Marvega

La noche tibia

Desde la noche tibia

enloquecí de repente

con el calor batallando

a tus quejidos sin forma;

convaleciente incrédulo

me apellidaban los cuerdos,

idolatrando tu cuerpo,

que acorralaba mi torso

en tus sedosos senos.

 

Desde la noche tibia

tú amenazabas la Dicha

con tus asuntos de Azar,

mas sin pudor cabalgabas

en mi morada entrepierna,

que mendigaba a tu alma,

desembocada insegura,

que deshicieras mi rumbo

de los torrentes del tiempo.

 

Desde la noche tibia,

nos invadían los sueños

bajo la sauna de telas,

y entre placeres y cantos

en tus balcones el sol

permanecía en lo negro,

y a las aceras desnudas

nuestro festín de inocencia

las distraía del frío.

 

Desde la noche tibia,

con tu perfume cundiendo

en mi memoria de preso

hasta abrazar los garrotes

de mis sentidos culpables,

junto a tus besos de rosas,

que provocaban gemidos

y protegían de invierno,

me contagiaban los celos

 

cuando en la noche tibia

enloquecí de repente

¡sobre la luz de tu vientre!