En la arena de una playa,
de unas aguas cristalinas,
se oreaban
mis heridas.
Enjugándome las lágrimas
que, surcando mis mejillas,
escapaban
fugitivas.
¡Qué dolor en mis entrañas
al saber de tus noticias,
de tu farsas
y mentiras!
El sabor de tus palabras,
venenosas y salinas,
me dañaban,
me escocían.
Y en la playa, junto al nácar,
mi lamento se mecía
entre algas
y desdichas.