Me enfermé de sueños,
de noches eternas a tu lado,
de semillas plantadas en mi jardín
que hoy han germinado.
Me enfermé de letras felices,
de canciones de amor,
de amor mismo,
amor de ti.
Y afuera escucho risas
de amigos de antaño
y mías.
Risas que dejaron de pertenecerme
cuando nuestras máscaras chocaron
y se rompieron
y nos rompieron,
sonrisas falsas ante el amor verdadero,
que existía, pero que no creímos
que funcionaría,
que respodería.
También te escucho a ti,
prometiéndole tranquilidad
a mi mundo,
a mi corazón,
a mi mente,
a mí.
Te escucho mientras pasas caminando,
desapercibida al romance,
de cara al futuro
y con tus secretos
de domingos fríos,
sobre los versos
de mis libros tibios.
Vuelves,
pasas,
regresas,
me preguntas sobre todo
sin preguntar nada
y yo no te respondo nada
mientras te lo digo todo,
todo en un sueño.
Nos abstenemos el uno del otro,
pero olvidamos olvidarnos,
y el olvido de pronto
se nos va de las manos,
y te recuerdo y me recuerdas
como si hubiera sido anoche
la última vez que nos vimos,
y es que así fue.