Al moverse tintineaban las cadenas
que ceñían sus muñecas contra la pared.
Como estaba vendada solo escuchaba caer
la lluvia levemente a través de la ventana.
Pasó así por más de dos horas. La venda
de terciopelo rojo la liberaba de sí misma.
De su propia mirada… Abierta,
obediente, rendida y callada.
Con gargantilla y pulseras
de cuero en las muñecas.
Así era ahora su condición. Un escalofrío la despertó
de su ensoñación cuando olió, por fin, la tierra mojada.
«¡Te quiero, no me olvidés!» le dijo su amante antes
de cerrar la puerta a su mundo, su diminuta estancia…