Alli estaba, parado a la orilla del lago, sus ramas languidamente besaban el agua.
Arrulladas por la brisa de la primavera que comenzaba a asomar con mil colores y perfumes, sus finas ramas se mecian dulcemente de aqui para allá.
El viejo sauce con su centenaria hidalguia me dejaba ver el verde amanecer de otra primavera.
Sus ramas, de tanto querer abrazar el agua, lo obligaban a inclinarse mas allá de lo aconsejable para alguien de su edad.
Las largas y delgadas hebras parecian un velo de seda, el verde intenso que comenzaba a cubrirlas con el nacimiento de cada pequeña hoja, les daba un brillo esplendoroso y una vitalidad que hacia que el viejo arbol sintiera menos grave su postura encorvada.
Recostado junto a su tronco oía la conversación y los graznidos de unas urracas que no se ponían de acuerdo sobre cual de esos arboles era el mejor para hacer su nido.
El viejo sauce, ajeno a las bulliciosas parlanchinas dormia dulcemente al calor del sol que le regalaba la tarde.
Su silencio me invitaba a dejar volar mis propios sueños y recostado junto a el me fui deslizando en un sueño placentero.
Caía la tarde, la brisa al mover las ramas del viejo sauce hizo que una de ellas rozara mis mejillas despertándome de mi apacible sueño, perdon me dijo el imperturbable anciano, usted sabe como son los jóvenes de ruidosos y atrevidos y estas recién nacidas hijas mia no son la excepción, dijo con tono severo, regañando a sus inquietas ramas.
No se inquiete usted buen amigo , que ya es hora de irse , que el sol ya nos deja, le dije con la intención de que su enojo no siguiera en aumento.
Me fui alejando despacito, el se quedo allí en silencio, como analizando mis palabras, mientras sus ramas seguían bailando al compas de la brisa intentando besar el agua.
El quijote de la Rosa 🌹