Pablo R.

VESTIRME DE OLVIDO

 

Hay tanto que quiero olvidar…

El vuelo de aquella golondrina

una tarde de otoño

contra el viento del norte;

el mar entre las rocas,

rompiendo, agrietando,

queriendo vencer al fuerte

en su lucha eterna.

Embravecido.

 

Hay tanto para olvidar…

Una sonrisa pintada de abril

escabulléndose en el trigo de la tarde

y la mirada refulgente,

tímida y penetrante,

perdida, allá, quien sabe donde,

quizá en las Pléyades,

en algún horizonte

donde se junta lo real con el ensueño.

El infinito.

 

Hay tanto para olvidar…

El poema de una boca entreabierta,

melesca de miel y uva

que invita a besar,

a beber de unos labios rojos

como el vino añejo,

a embriagarse de aliento

hasta perder el sentido

y quizá la cordura

en la bacanal idílica

que se ofrece al hombre imprudente.

 

Hay tanto para olvidar…

La orografía de un cuerpo,

la cumbre de unos pechos,

enhiestos, soberbios, desafiantes;

el manso valle de un vientre,

volcán indomable,

ardiente cuna para la simiente noble,

fecundo.

 

Hay tanto para olvidar…

la enredadera de un pelo,

perfume de tierra húmeda,

amalgama de fuego y lluvia;

el café de unos brazos,

abrigo al frío del invierno

y el infierno de unas piernas incansables,

perennes,

firmes columnas,

sostén y sustento.

 

Hay tanto para lanzar al viento,

tanto para guardar

en las arenas del tiempo,

una caricia al aire,

un susurro al oído,

una caminata de luna

por las calles sin destino;

hay tanto que dejar atrás

y no logro vestirme de olvido.

 

 

-. PaR
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