Hay tanto que quiero olvidar…
El vuelo de aquella golondrina
una tarde de otoño
contra el viento del norte;
el mar entre las rocas,
rompiendo, agrietando,
queriendo vencer al fuerte
en su lucha eterna.
Embravecido.
Hay tanto para olvidar…
Una sonrisa pintada de abril
escabulléndose en el trigo de la tarde
y la mirada refulgente,
tímida y penetrante,
perdida, allá, quien sabe donde,
quizá en las Pléyades,
en algún horizonte
donde se junta lo real con el ensueño.
El infinito.
Hay tanto para olvidar…
El poema de una boca entreabierta,
melesca de miel y uva
que invita a besar,
a beber de unos labios rojos
como el vino añejo,
a embriagarse de aliento
hasta perder el sentido
y quizá la cordura
en la bacanal idílica
que se ofrece al hombre imprudente.
Hay tanto para olvidar…
La orografía de un cuerpo,
la cumbre de unos pechos,
enhiestos, soberbios, desafiantes;
el manso valle de un vientre,
volcán indomable,
ardiente cuna para la simiente noble,
fecundo.
Hay tanto para olvidar…
la enredadera de un pelo,
perfume de tierra húmeda,
amalgama de fuego y lluvia;
el café de unos brazos,
abrigo al frío del invierno
y el infierno de unas piernas incansables,
perennes,
firmes columnas,
sostén y sustento.
Hay tanto para lanzar al viento,
tanto para guardar
en las arenas del tiempo,
una caricia al aire,
un susurro al oído,
una caminata de luna
por las calles sin destino;
hay tanto que dejar atrás
y no logro vestirme de olvido.
-. PaR
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20042021