A Lydia
A dura penas entiendo
tu cara abierta y suave
que se acerca como un beso,
que estalla en un rasguño
de mis ojos al regreso de los tuyos,
igual a un retrato lleno de agua,
o a una pena demasiado leve
para que duela o para celebrarla.
Lydia
a duras penas entiendo
esto que escapa de mis ojos
sin que me preocupe su fugacidad
porque he sido ya, por un tiempo,
un proscrito, sin buenas ideas,
de otro yo que busca expiarse.
A duras penas entiendo
que podría quererte sin más
sin desdoblarme o perderte
libre de legas preocupaciones
como deberías permanecer
aunque justo ahora
no tengamos permiso.
Ojalá entendieras por mi
porque no necesito hablarte
tantas cosas que a veces…
esta penitencia de tratarte
y no abrirnos siquiera.
Hay cosas Lydia…
y aun así podría quererte
aunque no espere ni cuente
tus besos de agua y mar.
Me di cuenta de tus besos
solo porque pude escucharlos
desde abajo, como con la piel.
Uno escucha con la piel, yo lo sé.
Allá estabas mientras caíamos
y todo estaba tan estrellado
como para decir algo muy profundo
y sin embargo, terminar silbando
una canción con tus labios
que ya me habían besado
¿Qué sabes tú Lydia?
Háblame tanto como un libro
tanto por cuanto dure tu voz
aquí en mi piel, ya lo dije ¿no?
Quisiera asombrarme contigo
pero en una lenta rendición
para no darme cuenta
si acaso me asalta tu candor parisino,
O hasta donde llegan ya tus manos;
ni siquiera darme cuenta
de tus viajes sin retorno
o de cuando te vayas de verdad.