Llegado el café de las tres de la tarde,
junto al plácido vapor del sol del domingo,
te miro sin mirarte, en la calzada seca,
en la acera vacía al final de la cuadra.
No es extraño, a esta cuenta del meridiano,
sueles hallarte en las praderas y pastizales,
entre las sombras de los tejados de arcilla,
entre las risas de tus amados y tus amigas.
Sin embargo, sueles acercarte cuando llueve,
cuando hace frío, cuando las nubes en reposo
estacionan su viaje, siendo las diez de la noche,
y descargan su carga de mar, llena del aliento de Dios.
Entonces duermes un sueño bajo custodia vigilante,
escondida en tu lugar seguro, en tu lugar secreto,
lejos de malhechores y oportunistas, lejos de todo.
Curando la sonrisa para salir de nuevo a los andenes.
Y el café vuelve a humear a las tres de la tarde,
junto al plácido vapor que se cocina un domingo,
con un sol abrigando lo que abriga una mujer,
la calzada seca, la acera vacía al final de la cuadra.