𝗣 𝗥 𝗢 𝗙 𝗘 𝗧 𝗔 S
Don Felipe, se llamaba, viudo, sin hijos.
Todos los días, barría las hojas, cortaba el pasto del frente de su casa como quien con dulzura y melancolía esperara visitas por las noches.
Sus pasos eran lentos, como sus manos, pero con la firmeza que solo tiene la esperanza.
Regalaba caramelos a los niños por las tardes ofreciendo su rostro de suave de bondad.
Cantaba viejas canciones de su patria, fumaba también, mientras se balanceaba en su sillón del porche.
Reía, siempre reía Don Felipe...
Conoció la guerra, el hambre, lo infame de sus días.
Sobrellevo con dignidad el luto de su Doña. Todos los domingos, llamaba el taxi, y con su mejor traje, llevaba flores blancas al Cementerio.
Supo del desprecio burlón de los muchachos de la esquina, de la dolorosa indiferencia del vecindario.
Pero Don Felipe reía, y barría su vereda con alegría.
Como un profeta...
Como quien con amor quiere, a pesar del mundo,
un lugar para vivir, para soñar, para ser mejor,
con fé.
Anton