No se muere el ocaso con la luna
ni la rosa sucumbe por su espina.
No expira un corazón por falla alguna
porque otro grave duelo le propina.
El alma es resistente a toda herida
que en batalla de amor se le haya hecho
y se olvida muy pronto que afligida
alguien la abandonó por su despecho.
La piel acartonada no revive
las voces que la Aurora no despierta,
pero habrá quien en nuestro pecho avive
esa flama que ahora se haya yerta
que ayer fué fuego, luz que sobrevive,
y ya no sueña porque está despierta.