Anton C. Faya

𝗧𝗘 𝗜𝗡𝗖𝗘𝗡𝗗𝗜𝗔𝗦 ...

𝗧𝗘 𝗜𝗡𝗖𝗘𝗡𝗗𝗜𝗔𝗦 ...

Mundo te incendias. Te incendias y yo te pido perdón.
Perdón por conciliar con las creencias como cómoda posibilidad.
Por fabricar cuchillos de circunstancia, mi escuálida manifestación de valentía.
Por mis partituras pensantes a la sombra de la austera consolación.
Por caminar mares desolados sin desesperar en los naufragios.
Por las caricias a las sombras.

 

Perdón por no comprender eso que tú tan bien sabes:

Que la tierra es hermosa y que el tiempo es cruel.
Que la decrepitud nos trae fatiga, que la juventud nos contagia ansiedad.
Que no se puede saquear la eternidad si no comprendemos que somos solo mortales.
Que la paloma portátil se marchita en el aire acalambrado, y se arrastra hasta su destino final, el fango.
Que no hojeamos nuestro su cielo para remendar los errores de la ciega conciencia.
Que pronto o no tanto nos apagaremos, que el sol se apagara y no lo veremos.

 

El hombre es bueno, pero frágil a la realidad trágica de los desencantos:

El ojo no se convierte en mirada, abandona el combate cuando está preso del temor.
La sonrisa no se contagia, navega en la vertiente de la carne, por esos secretos fríos del corazón.
El alma entona canciones de madres diferentes y esconde entre cerrojos su aliento de aluminio.
Los brazos exageran las fronteras del tacto, son presas del deseo sin ser.
Los oídos no atienden a los fatigados susurros del corazón.

 

Perdón, perdón por sentir siempre perder, por estar vencidos mientras vos te incendias.
Te incendias y no comprendemos que solo amando los arboles podrán seguir en pie.

Anton.