Un día confesaste a un periodista
que no sabías el nombre del lanzamiento
con que ponías de rodillas al viento
y te nos vestías con la piel de artista.
Tu guante de pitcher fundó una lista
de maneras de ocultar el instrumento
que tirabas para poner cemento
en los bates gimientes por la pista.
Llevaste a todos tus contrarios
a conocer las paredes de tu laberinto,
pero guardaste bajo llave en el armario
las raíces que nutrían tu recinto,
erguido sin oír el clamor de los años,
alzando tu propio mundo, tan distinto.