Emil Sinclair

PRIMAVERA PERDIDA

 

 

PRIMAVERA PERDIDA

Esta noche estoy solo y el sueño me elude. De pronto, como si me zambullese en una vieja película en tecnicolor, me encuentro inmerso de lleno en mi pasado; la perspectiva cambia, y atravieso a toda velocidad una carretera comarcal. La bicicleta vuela sobre las ruedas cubiertas de polvo, y giro un instante la cabeza para ver cómo me sigues, agachada la dorada cabeza, concentrado en pedalear, casi rozando mi sillín trasero; nuestras piernas de nueve años funcionan como pistones mientras silbamos como el viento entre campos que, hoy me doy cuenta, eran de una belleza casi sobrenatural: una inmensa llanura de verdes infinitos punteada por interminables canteros de flores silvestres, todos los colores del arco iris y más resplandeciendo a la luz radiante de la niñez, cuando solo importa el ahora que parece extenderse hacia una eternidad de júbilo.

Podríamos habernos quedado para siempre así, pedaleando entre la abrumadora belleza del mundo con el sol detenido en el cielo perfecto de aquella tarde de primavera.

Pero una semana después habías muerto.

Y mi niñez murió contigo.

 

J.G.