Todo se agolpa en mi rostro,
me preocupa todo, menos una nube.
Incrementando su belleza pese
al pecho que retorna enamorado.
Y esa insustancial penumbra
que enjalbegan cuatro o cinco manos
abonadas al suburbio. Donde todo
cabe, mirad, al encuentro de una rubia,
o de una escopeta de doble mira.
Una rodilla o una médula, es igual,
sufren de atonía en los medios forzosos.
Las inundaciones ahondan mi longitud
vertical, yo miro, y miro, y renazco
pese a las obligaciones
de no mirar atrás, contraídas.
El disolvente de azufre como materia
de estudio, esa falaz costumbre
de enterrar cuerpos bajo los techos.
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