Impávido y torpes canales veo en el atardecer,
se dibuja el extraño respiro de la amada
en aquellos grandes ojos mórbidos sin el brilla de la luna.
Las almas se pintan de locura,
listas para construir y desbaratar estrellas,
miro furibundos destellos de quicios estremecidos,
hundidos en la servidumbre de una sonata sin compás.
Dorada mitra tiñe el firmamento,
ahí desaparece el espléndido pórtico del cielo,
esa atmósfera ardiente de impiedad,
sin aliento de la brisa fresca, cual devorante espuela.
Aliviaré gimiendo mis dolores,
con la frente marchita de palidez mortal,
abrasaré la nacarada espuma,
al compás de la música disonante.