Mi abuela entregó su vida
día tras día,
jamás se quejaba,
nunca maldecía.
Ella daba más
de lo que tenía,
en amar y servir
se le fue la vida.
Cuidando al abuelo,
a sus hijos y nietos,
de sol a sol
ella todo lo hacía;
lavando la ropa,
preparando comida,
no existían aparatos
como los hay hoy en día;
en fogones de leña,
micro-ondas no había,
mas siempre calientita
la comida servía.
Y le quedaba aún tiempo
para sembrar hortalizas,
aplanchar la ropa,
almidonar las camisas,
criaba gallinas,
engordaba los cerdos,
cuidaba palomas,
alimentaba dos perros...
Y jamás una queja,
jamás maldecía,
y al final de cada día...
solo bendecía.
Sus manitas de mil trabajos,
yo de seda las sentía,
y una caricia suya,
¡en mi corazón... algarabía!
En su último día...
me abrazó muy fuerte,
me encomendó a Dios
y me besó en la frente.
Y en su final instante,
cuando agonizaba,
por única vez le escuché
decir... ¡que estaba cansada!
xE.C.