Abatido...
con las bases inestables,
con el centro oscurecido,
con el cetro doblado, en eclesiástica forma,
con la vanguardia rendida y cabizbaja...
Abatido...
sin nervios en las tenazas,
con las lumbreras apagadas,
con la grieta hermética, en todos sus significados,
y el dorso como un cerro, repleto de piedras.
Abatido...
saludando a cualquier individuo,
hablando secretamente conmigo mismo,
sentándome en la esquina más ensombrecida,
leyendo un viejo libro, de otra vida.
Abatido...
caminando frente a árboles, opacados por la noche,
observando la soledad, la ausencia, la carencia de personas
en el lado derecho de mi banca,
oyendo sólo: remotos silbidos, y cantos de aves nocturnas.
Abatido...
con palabras tropezando en mi paladar,
quedándome imperturbable, con mi laica existencia,
vislumbrando como se aleja, el incorpóreo paraíso;
y meditando, si fue justa y razonable, mi existencia.