Se alista el trovador con su guitarra afinada,
afilando su voz entre el sonido enmudecido,
crea las letras que un día guardó en su corazón,
y en su maleta el pentagrama,
gastado en mil suspiros.
Va el trovador caballero,
con su elegante traje encantador,
su clavel en su mano derecha,
y su fijo andar lo lleva hacia las tablas.
Ya se abre el telón,
el público lo espera,
los aplausos lo reciben,
pero su voz trémula y triste,
entona el canto con vacío contenido,
y así es... vacío,
vacío como los asientos del teatro
en que se presenta,
pues ya hace tiempo,
su función acabó,
y en medio del polvo que azota su mente,
imagina aquel aplauso que premió su canto,
aquel que con lágrimas de risa
agradeció en el anochecer,
bailes, chistes de Vodevil, poetas
y el arlequín que corearon su trova,
solo quedan ahora en un viejo recuerdo,
pues desde hace mucho tiempo,
se acabó la función.