Ay el poeta, amigo de un poder hechizante
traicionando fuerzas complementarias
ampuloso y metódico, cómo fastidia
la más elemental educación erudita
y todo eso! Sí, el gran poeta, sublime
en sus acepciones, dirigente de un fuerte ejército,
cuyo nombre apenas excita, por su inexistencia;
cómo sucumbe a sus fuerzas de tierra y fuego y qué sé yo!
De todos modos, y cuando el sombrero ha caído
boca abajo, sobre las cenizas meadas de todos,
yo sé que prefiero un poeta, por embustero, que
a un aprendiz de filósofo, siempre en y por las nubes.
Ay del poeta, feliz en su ditirámbico discurso,
frondoso y opulento, como las barbas duras y canas
del célebre pigargo americano! Todo ha de fenecer,
mas no tú, ¡tú no!-.
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