Funeral
-Luisa apurarte o llegaremos tarde.-No puedo apurarme Angélica, me cuesta ponerme las medias, me quedan torcidas, desparejas. Encima estos zapatos duros, hace más de dos años que no los uso. Estoy acostumbrada a estar todo el día en chancletas.
-¿Y vos pensás que a mí me resulta fácil vestirme? Tener que ponerme este fatídico vestido negro, el mismo que usé cuando falleció mamá. Uff, me queda ajustado. Vení, trata de subirme el cierre.
-Esperá, ya voy.
-Despacio Luisa, me pellizcaste la espalda. Acercate a la ventana que hay más luz.
-Bueno Angélica. Tené paciencia, ya llego.
-A ver Luisa, dejá que te mire bien... ¿Cuánto hace que no te depilás?
-No sé, meses creo, ¿por qué?
-Porque tenés bigotes iguales a los del el tío Juan. Será posible que seas tan desprolija, qué vergüenza, no parecés hermana mía.
-Ah ella, siempre tan pituca usa faldas ajustadas, zapatos de tacos altos, uñas y boca pintadas de rojo, parecés un payaso. Suponés que el vecindario no sabe que sos más vieja que yo. Ya cumpliste los cincuenta Angélica y a mí todavía me faltan cinco años para llegar a esa horrible edad. Como decía mamá: nunca me perdonaste que yo sea más joven que vos.
-No me hagas reír Luisa, ¿vos más joven? Si parece que tuvieras diez años más que yo. Con ese bastón y ese rodete engomando, das lástima.
-Basta Angélica, no sigas.!!!! Dejemos de agredirnos todo el día. El destino quiso que vivamos juntas y aquí estamos las dos: viejas y solteronas.
-Tenés razón, tratemos de vivir estos últimos años en forma más armoniosa.
-Andá Angélica, pedí un taxi. Yo voy lentamente hacia la puerta.
-Ya lo pedí, nos está esperando.
-Subí despacio… Chofer, al cementerio, por favor.
-Al fin llegamos. Cuánta gente en el cortejo, cuántos vecinos en el funeral del zapatero del barrio.
-No seas cínica, Luisa. No te refieras al zapatero como un vecino más, como si no te interesara. Creés que no tengo memoria. Hace diez años, con el pretexto que necesitabas adaptar tus zapatos, ibas todos los días a la zapatería, justamente cuanto el negocio estaba por cerrar. Él bajaba la persiana y vos ahí encerrada. No es difícil imaginar qué sucedía.
-Cállate Angélica, qué derecho tenés para juzgar lo que hice yo en mi vida. Recién me dijiste que intentemos no agredirnos; y ahora justamente en su funeral querés que recuerde una historia terminada y enterrada… ¿O tal vez estás necesitando escuchar la confirmación de nuestra relación?
-Sí, quiero saber qué sucedió entre ustedes.
-Está bien. Te lo voy a contar… A pesar de saber que era un hombre casado y sobreponiéndome a mi disminución física. Mantuve con él una relación pasional tan audaz, que me llenó de placer y felicidad.
-No sigas, no tenés vergüenza… con esa pierna atrofiada.
-Cállate, Angélica!!! Escuchá... El tiempo hizo que su amor se desvaneciera lentamente, hasta llegar a un triste final. Le pedí, le rogué que no me dejara. Fue inútil y una tarde de otoño, similar a ésta, ya convencida que el amor no tenía retorno, lo maté en mi corazón. Mis ojos se secaron de tanto llorar. Quizás por eso ahora que estoy frente a la montaña de tierra que lo cubrirá, no puedo verter una sola lágrima.
- Qué horror hermana vení, alejémonos un poco, allá está la viuda… y los tres hijos.
-Sí, vamos Angélica. Pero, ¿qué té pasa? ¿Por qué bajás la cabeza? ¿Te sentís bien? Estás temblado, ¿por qué lloras así? ¿Por qué tanto drama? Para vos era un vecino…
-Déjame Luisa, por favor, salgamos de acá; no quiero ver esa tierra. Necesito gritar, llorar. Tu corazón lo enterró hace muchos años....
En cambio el mío...