Caballo errante de cerda de seda,
herido salvaje entre las montañas,
escapa el jinete de la cizaña
dejándole al viento la polvareda.
Se esconde cual sol entre la arboleda
y se enreda con la noche su entraña,
bajo la luna y una telaraña
su pestaña de greda llena queda.
Despertó con revólver en la boca,
la frente fruncida y el pecho agitado;
ojos de diablo que la muerte toca.
Cual raíz muerta al árbol amarrado,
cubierto el cuerpo estéril como roca,
yace el jinete y su caballo alado.
—Felicio Flores