En un piélago diminuto y terrenal te miro.
En ese baile de aguijones. En esa guarda de querubes y luminosas tinieblas marinas.
Me espejo en sus lunas angulares donde atesoras su microscópica inmensidad; donde la trastornas infinita y universal.
Una hipnótica danza de líneas suaves, de remos pajizos, verdosos y aperlados cega al reflejo tornasol, que va del escarlata al ostentoso azabache de un caído escalar, alzado dueño del aposento líquido.
Quisiera escucharas la breve pero asombrosa interjección de nuestra ama que te exclama dominando el ambiente...
¡Cómo disemina la balada que la nombra!
De la disyuntiva precipitada en ocultarse tras la timidez de los corales yertos cuando aún vacilo atrapada en tu madrigal y crezco concesiva;
del escenario dulcemente salino que opaca al soso comprador;
de la majestuosidad párvula existiendo confiada sobre la palma de tu mano y provocando la candidez de su sonrisa;
de su mundo perfecto del que pende imperfecto el mío;
de nuestro cielo acuático y vespertino;
de su belleza, armónica y concertada...
De esas vidas;
de su excepción...
De ella.
Mi único artífice: tú.
Yamel Murillo
Amantísimos
Las Rocas del Castillo©
D.R. 2019