Las sombras crepusculares
van abriendo los caminos
por donde marchan los sueños
que fueron nuestros delirios,
aquellos que cuando mozos
con ilusión los vivimos
acariciando los días
con las gotas de rocío
que se quedan en el alma
y al corazón adheridos
y caminan silenciosos
entonando dulces trinos
evocando regias horas
bordadas con el armiño
de fulgentes esperanzas
que con gran amor tejimos
adornadas con los soles
del ensueño vespertino
cuando la vida tenía
de primavera su brillo.
Pero al correr de los años
el roble esbelto y florido
por la inclemencia de otoños
se va llenando de nidos
y su figura gallarda
con esplendor tan genuino
va perdiendo el esplendor
por Natura concedido
y la savia que corría
como corriente de río
poco a poco va menguando
su fluido sereno y rítmico
que llenaba sus xilemas
con su regio don pristino
haciéndolo florecer
con colores opalinos
que a sus ramas deshojadas
le servían de vestido
adornando lindos prados
de encanto y primor bruñidos.
¡Y la efímera existencia
con los hombres es lo mismo
ofreciéndoles encantos
del gran guerrero vikingo
o bien poético aspecto
del gentil y noble zíngaro,
para que libre batallas
con vigores encendidos
o le cante a las doncellas
canto dulce y cristalino
que perfuman los amores
en esos años divinos
cuando vibra en nuestras venas
esos mágicos idilios
que ensanchan el corazón
y el alma llenan de ritmo
haciéndola palpitar
como palpita el jacinto
cuando lo besan los vientos
que provienen del Elisio!
Mas aunque llegue el otoño
y de gris vistan los lirios
jamás debemos perder
ni la gracia ni el estilo
y disfrutar los momentos
que nos ofrezca el destino
siempre con una sonrisa
llena de luz y de brío
celebrando de la vida
con románticos suspiros
el magnánimo placer
de saber que estamos vivos
y que nacen ilusiones
entre las chispas de cirios
que invitan siempre a vivir
sin llorar y sin rendirnos
cargando siempre el farol
del corazón aguerrido
haciendo de nuestro mundo
idílico paraíso.
Autor Aníbal Rodríguez