Esposa mía, veinte años contigo,
de todos los dones que posees
me quedo con el centro de tu cuerpo,
de todas tus aristas no pude moldear:
Tu genio inagotable y tu ímpetu de acero.
Esposa mía, estas bodas de porcelana
me recuerda tu piel, tu tez blanca,
como acantilados de caliza
que se erguían impenetrables ante
mis manos tenebrosas y ávidas.
De todas tus virtudes aprecio
tu intuición redentora que adelanta
los advenimientos de mis juicios,
la dulce algarabía tus ojos
que llena mi corazón vacío.
Amo cada espacio de ti, beldad,
que subordinas mis pensamientos
cada vez que titilan tus labios
rosados, cada vez que tus manos
astutas me rozan con su aliento.
Tu entrega infinita, esposa mía,
no pertenece a este universo,
tu perseverancia un tren sin frenos
que me arrolla en sus placeres diurnos,
y me ahoga inútilmente en tus brazos.
La transparencia de tu alma me invita
a un nuevo amanecer a tu lado,
indivisiblemente amarrado
a tus afectos estaré por siempre.
Perenne a tus costillas seré tu piel.