Cien mil esclavos hablan por mí:
me exigen sal, salitre y amor. Llevo
holgadamente mi piel. Veis?, apenas
me comunico. En cambio, rezo mucho.
Tengo la marca de cien latigazos en mis
entrañas, de cara a la pared. Ya mi vientre
desnudo, pelea por las calles y las ciudades.
Demasiada saliva, mezclada con sangre,
en mi boca. El óxido de los internados,
su orín. El verdor profundo de las frondas
próximas. Y el Júcar, y las paredes arrugadas.
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