S Esteban Esquivel

Frecuente bella desdicha

Hoy nuevamente me atormenta este sueño.

 

Yo estaba varado en medio del océano, timoneando un pequeño barco de vela ligera, demasiado modesta, incolora creando la ilusión óptica de un hombre sentado sobre las olas con una vela blanca añejada y cansada del viento como dos huraños que caminaron mucho y se sentaron a descansar sin ninguno tener sed, ornamentos del mar interminable, ahí estábamos sin nada que pensar y sin querer llegar a tierra. Gozaba del flemático andar del velero en la serenidad de la nada, todo era tan tranquilo y frío como un parque de madrugada un día domingo ¿Quién corrompería tan apacible escenario??

 

En este naufragio de absolución introspectivo, de olas rumoreando, como un vago sin rumbo que de estar un poco más tranquilo, mi alma habría tenido que desalojar mi cuerpo, porque mi ego nunca aprendió a nadar. Antes de mi ego se ahogará y mi alma volará divisamos tierra, el tiempo era mesurado, tire una mirada desdeñable e intente girar, pues no quería terminar mi odisea ni la paz que me sofocaba, pero el arribo era inminente, al llegar a tierra apeé del velero con un brinco, la soledad reinaba el lugar y yo me sentía un intruso no deseado, mi corazón intranquilo avanzo a pasos cortos por la inexplorada isla, de la mano me llevaba el pánico, mientras yo me encogía, de lucero la luna se ofreció, autorizando a la niebla a disiparse cual si fuese su vasalla, el sonido mi pasos sobre la arena era todo lo que podía escuchar, este lugar era tan escabroso e inverosímil que pronto me produjo el deseo de abandonarlo, era estulto perder un segundo más en ese lugar, y sin más corregí mi dirección y volví a mi velero.

 

Mientras caminaba, mi velero iba perdiendo forma, y entre más cerca estaba, más piezas de el se iban perdiendo, flotando alejándose unas de otras dejándome con una ruin pieza de plástico capaz de soportarme y flotar al mismo tiempo, así que tomamos un pequeño impulso y salimos del inhabitado lugar. En medio de la oscuridad del mar y la monotonía, la sombra de la luna atravesó el mar caminando a la isla, como si desenciera en partículas de luz, volviéndose un ser a semejanza, la ridiculez de aquella isla albergó sobre su inmunda arena los primeros pasos temerosos de aquella luz que se convirtió en mujer, postrando su tersa piel cubierta por un vestido de malla blanco y brillante, recogía su cabello con una mano y se arreglaba escote.

 

Quise regresar, pero ahora en busca de ella, pero la luna perspicaz se encendió en celo, la inmutable tierra cobró vida y comenzó a disiparse justo frente a mis ojos, intenté nadar pero mis fuerzas no eran tantas, y las ilusiones se pierden con rapidez, el mar cada vez más diligente a los mandatos de la feroz luna que me miraba con ira comenzó por encrespar enormes olas, las nubes formaron una formación de ataque y comenzó la tormenta, los relámpagos majestuosos representaron solemnemente una banda de guerra, rígidos e impasibles correspondían a los mandatos de la tiranía lunar, que aplicó en mi contra un maravilloso acto de venganza por no seguir caminando cuando ella me seguía de lucero en tierra, y pretender volver cuando en el mar oscureció. El mar me volcó y me vi adentrado en la profundidad, mientras intentaba ascender desesperadamente los depredadores marinos ya me acechaban, voraces y majestuosos, dejé de luchar y mientras descendía desde donde mi esfuerzo y desesperación me habían llevado, solo podía pensar en la ironía de tener que sufrir para aprender a amar, porque al morir solo hay gente sufriendo por haber amado demasiado.