Oh, Simón, cuántos crímenes, cuántos atropellos
se cometen en tu nombre, de qué modo viejo,
te han robado el barro, la pintura, los destellos
de tu sueño, visto a través de zafio catalejo.
No te dejaron si quiera morir bien, apenas
la compasión para premiar tu esfuerzo
te ofrecieron, mientras el río de tus penas
se congelaba grisáceo bajo violento cierzo.
Pero tu espada entre nosotros, día a día,
despierta con su fulgor nuestra conciencia
y anima a nuestros pueblos, con paciencia,
a hacer lo que según Martí nos falta todavía.
Cuenta, Simón, con que algún día del imperio
haremos trizas y nuestras vidas salvaremos
de la opresión, el sino fatal, los improperios
y de esta tierra hórrida un cielo haremos.