Si mientras más pasaba la vida y yo crecía, la vida me daba más oportunidades buenas de vivir en la vida y yo, pues, no me quedaba más que aceptarlas como vinieran a mí. Y descubrí que vivir era demasiado ver el reflejo del sol en cada tiempo y en cada soledad de mi vida y de mi larga vida. Y esperando creer en la forma de vivir, sólo en vivir, me dejó las fuerzas necesarias para enfrentar mi destino y más la vida que me deparaba la vida misma y más por vivir. Cuando en el trance de lo vivido esperé por la bondad infinita que me esperaba mi camino por tan sólo vivir con esas más de siete vidas que las tenía en mi costado también. Yo voy por donde el suelo no se moja, por donde la flor da su fragancia, por donde hay y existe presencia y no en ausencia, por donde el amanecer brilla con el sol, como aquel amanecer donde murió mi gata Mimi, si soy Ágata, a la que la gata Mimi le dejó más de siete vidas y todo para vivir. Y mientras más vivía, yo sólo sentía que mientras más vivía y que mientras más vivía la vida pasaba de largo sucumbiendo en un sólo trance vivido cuando me quedé en el amanecer mirando y observando el sol. Cuando quise ser ésa que la vida dió para poder vivir más, dando lo que más quería y anhelaba la vida. Cuando en el corazón se abrió por sorpresas de la vida misma cuando en el coraje del corazón no moría con nada. Y yo, lo sabía que me había quedado muerta en vida, destrozando la punta de mi nariz, olfateando que la vida era mía y de nadie más. Cuando en el desenlace se vió el final de un todo sin la nada del olvido, cuando la vida continúa a pesar de la nada misma, cuando en el instante se dió como la órbita lunar, deseando abrir el desenlace entre lo que fue morir en vida, deseando morir verdaderamente si así quedé yo Ágata. Cuando en el embrague de la vida, sólo yo sentí como las horas pasaban sin cesar, sin terminar y sin finalizar la contienda en que sólo yo presentí la buena presencia en que sólo debate la espera de esperar por la vil muerte, pero, no, nunca llegó y ni ha llegado. Cuando en el embate de creer en el alma se enreda más el combate de poder vivir más de la cuenta. Cuando en el trance de lo más vivido, quise en ser como el ave rapaz, poder volar alto como poder llegar al cielo y tocar casi el sol, para así ver si llegaba al cielo con la única forma de creer en la vil y cruel muerte que apenas ni sabía de ella ni apenas la sentía llegar a mi vida. Porque ésto fue vivir, y con más de siete vidas cuando mi esencia fue percibir el trance del vivir claramente y sin desafíos sino con una buena y tremenda suerte, pero, vivir sólo me dejó vivir más, siendo la más anciana de las mujeres en vejez. Cuando mi físico y mis arrugas no llegaban a ser vieja, sino que me quedé como una niña en la eternidad y tan infinita en un sólo por qué. Cuando en el embate de la vida no sólo peleé vivir, sino que la vida así mismo me dió la vida más infinita y más eterna que a nadie. A mi gata Mim, yo no la maldije nunca, si yo la quise como a nadie, si yo siendo su amo y ella mi mascota más fiel, si en la poca enseñanza de poder creer en el instinto se dió la más fuerza en poder saber que el silencio llegó cuando supo que con esas sietes vidas ella quizás no moriría. Cuando en el embate de ver el cielo como tormenta se dió la más fuerza en la pureza innata de saber que la vida es y era y tan infinita, como la misma eternidad, si digo yo Ágata. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo soslayo en la triste soledad, que empezó y no acabó jamás ni nunca, cuando me quedé con esas siete vidas, en las cuales, la acepté viviendo más y más, si nunca morí ni en el acto ni en natural muerte. Solamente yo pensé en el suicidio como última alternativa, y eso no era, sino tenía el valor suficiente para ello, si quedé joven como siendo una niña. Cuando sólo yo quise entregar vida y tormento, tristeza y felicidad también, por qué no, si fui y era muy feliz, pero, la muerte seguía sin rumbo y sin dirección hacia mi persona, hacia mi vida llena de vidas de esas siete vidas que entorpecen la muerte, y no me dejan ni morir. Cuando en el suburbio de lo acontecido me llenaba de más vida que nadie.
Y siendo Ágata, me convertí en gata, quise por una vez en la vida ser una gata. Cuando en el instante se vió atormentado mi cielo de tempestad y de un sólo vicio. Cuando en el torrente de la vida se me dió lo acontecido, cuando en el embrague de la vida se me dió el tormento de más tempestad, cuando en el instante se dió lo más hermoso de la vida si eran más de siete vidas las que en la vida había tomado Ágata para su propia vida. Y más que eso se fue por el desierto y con la cruda realidad en que el tiempo y en el amanecer se vieron en una cruel tempestad, de un sólo delirio autónomo de creer en el mismo desenlace final de saber que el desafío inerte y denso, se debía a que ella como pócima o como un brebaje de supersticiones ella, Ágata, tenía las siete vidas en ella. Cuando en el suburbio de la autoridad en mi mente y en mi físico y en mi cuerpo, y en el instinto me dió más la realidad de las verdades cuando mi esencia y mi presencia se debía a que el deseo se da la felicidad en saber que el deseo se convertía en una cruda realidad. Y en saber que sólo me faltaba desprender la vil y cruel vida de ella. Y en saber que mi esencia se perfilaba como el saber de un rumbo incierto, y más efímero que un desastre en la suave decadencia en mi sola vida. Cuando la muerte sólo era para aquél que no tenía las siete vidas de un gato. Cuando en el albergue autónomo de la realidad del delirio si en el embate de la verdad se me ofreció como aquella vez en que se me dió la eficacia de un sólo tormento, cuando en el instante se me ofreció lo que más se llevó la vida, a las más de siete vidas de una gata llamada Mimi y en mí. Cuando en el desafío frío de lo acontecido se me ofreció lo que más me hirió en el alma de Ágata, a la cual, me llenó de luces tan perennes, como la misma mala situación, en que me convirtió descifrar el mal deseo, y en querer morir en la misma calma y en la misma sapiencia de un sólo delirio y tan delirante como el saber de un nuevo rumbo y sin poder yá morir. Sólo ví a aquel amanecer cuando su gata Mimi, cayó en ser atropellada por un automóvil en plena calle. Cuando murió mi gata Mimi, cuando el suburbio de lo acontecido se me ofreció un mal embrague de la vida y más vida misma. Cuando en el tiempo, sólo entre las horas más inertes y sabiendas en poder creer y más en la vida, si se murió la vida en la vida misma. Si cuando yo, Ágata, la que perdió a su gata en un sólo atropello por un auto, me ví tentada a suicidarme, a acabar con mi corta, pero, larga vida, cuando en el instinto se vió aterrada la vida misma, cuando en el suburbio de lo acontecido me ví como el torrente de creer en el alma y sintiendo la vil muerte. Cuando Ágata se vió forzada a creer en la vida más que el capricho del instinto y del final en que la muerte no me llegaba ni el físico me cambiaba. Y quedé sintiendo un sólo desenfreno total, si cuando mi tiempo y mi ocaso no llegó jamás, si me quedé mirando y observando el tiempo y el mal deseo en saber que el tiempo me quedé atemorizada de un espanto y tan nocturno como el haber sido encerrada en las siete vidas de una gata y llamada Mimi, la cual, yo era su amo. Cuando en el desenlace de poder creer en la vida más que la muerte misma, me encerré en el instante en que yo sólo yo, Ágata, me quedé muriendo de temor y sin poder yá morir. Cuando en el desenlace autónomo de la realidad me ví marcada con la trascendencia de querer amarrar el tiempo en mi cuerpo, y en mi físico, y más en mi propia mente. Cuando, de repente, me ví en el trance vivido cansada, si en el mal vivir quedé yo sintiendo el trueque de un sólo camino en un destino frío. Si en el camino fatal me dió un efímero dolor en contra de un todo desapercibido cuando yo, sólo yo, Ágata, y en un sólo tormento, en cuanto, el dolor me dió un desafío y tan inerte como las mismas siete vidas, en la cuales, quedé varada allí mismo en el mismo amanecer. Cuando yo, sólo yo, Ágata, quedé allí mismo como una gata en celo o como una gata en desconciertos, cuando mi alma y mi tiempo, sólo en el tiempo, sólo en el mismo paraíso, me ví atormentada de fríos y de escalofríos y tan fríos, como la misma nieve en que era tormenta en mi propio instinto. Cuando figúrate de todo, y de la nada de un todo, se fue el desierto por un sólo tormento, y con la luna revestida de luz plateada, se dió lo más inerte de todo que las siete vidas, sólo debían de correr en el mismo tiempo en que yo no podía morir. Cuando en el embate de lo primordial, del frío autónomo de la verdad y de la certeza en abrir el deseo del embate por morir en vez de vivir.
Yo, Ágata, sí, soy Ágata, la que un día la gata Mimi le dejó más de siete vidas y no muere. Yo siendo la única sobreviviente a un derrumbe total en el mundo, y ni aún muero yo. Cuando en el ocaso frío nunca me llegó de buenas o malas. Si no se me dió lo efímero de un por qué, de un sólo destino ni un sólo camino frío, cuando mi pasado siempre quedará en ese amanecer, en ese frío desenlace y en un frío acometido de bruces caídas, cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, socavó muy dentro de mi propia alma y de mi propia mente soslayando en el tiempo sin precendentes. Y yo, siendo yo, Ágata, la que la gata Mimi le dejó más de siete vidas, y buscando un por qué frío escribo en mi diario las vivencias y mi experimentada vida, en decaer en el mismo ocaso o en el mismo tiempo, en que no moría yo jamás. Cuando en el mismo tiempo, y en el mismo ocaso me dió lo más efímero de creer en el embate de poder creer en el amor a ciegas o en la plenitud deseada de la vida misma, sólo quedé purgando en ésta vida como una moribunda gata, si era yo Ágata, la que un día y fue en el amanecer cuando murió mi gata y yo reviví en el tiempo dejando estéril el mismo corazón, cuando en el amanecer le dí libertad a la vida misma, cuando en el deseo conseguí el deseo y más la fuerza en el alma, o en que el desastre se vió efímero, y tan real como el mismo desenfreno, en que la vida me dió sólo instantes buenos. Cuando en el embrague autónomo de la verdad, se dió lo más eficiente de creer en el alma pura y por un desastre convencido de que nunca moriría. Cuando en el ocaso muerto de creer en el embate superlativo de la vil muerte. Cuando en el deseo inocuo se apoderó de mi alma, de mi mente y de mi cuerpo dejando infértil el deseo en querer vivir más, si yá pasaron más de dos siglos, cuando mi gata Mimi murió en el amanecer y en mis brazos cayó en el atropello de ese automóvil en decaer en el trance de un mal vivir y de una muerte y tan inestable cuando yo no moría ni con nada. Cuando en el percance de querer amarrar el tiempo y el amor y la vida socavé en un sólo trance de la contienda por morir.
No fue hasta que el tiempo me dió la espera insoportable de creer en la muerte, la cual, no llegaba ni alumbraba más en mi larga existencia. Cuando en el trance de un mal vivir quedé en el debate de poder vivir y para siempre. Detenido el tiempo, y ni mi físico cambió jamás, ni mi voluntad en cuanto el mayor desenlace de poder creer en la mala situación en no querer morir nunca.
Si yo Ágata, la que un día mi gata Mimi, me dejó las siete vidas que ella como una pócima tenía a su costado, pues, me las dejó a mí como preámbulo de un desconcierto, o una primicia de su vida que dió por mi muerte. Cuando en el combate de la vida me ví en un sólo tormento, en un sólo sentido, y en una sola mente, en la cual, vivía cada siete veces las siete vidas más, cada vez eran mayor las siete vidas. Si cuando corrió el tiempo, era demasiado tarde yá, para poder morir, si yo estaba en una eternidad y tan infinita como poder ver el reflejo del sol tan eterno. Cuando el infierno no existía no convidaba en el tiempo, como la fuente en fuerzas supremas en poder morir yo. Cuando en el combate de creer en el sistema en poder ver el cielo como el mismo hielo, yo sólo sentía el frío en mi piel, en mi cuerpo y en mi mente. Cuando en el instante me dió la misma instancia como la estancia en querer morir por fin. Sino se lo dije a nadie, si todo el mundo moría y yo quedaba inerte, y sin morir jamás. Cuando en el trance de la vida me dió con vivir más y no morir jamás, cuando en el desconsuelo de la vida me dió un sólo tormento en querer morir y para siempre. Si cuando en la insistencia en querer morir no se me daba, sólo yo pensaba e imaginaba, en querer suicidarme, pero, aunque no podía yá no tenía el valor en poder hacer ese acometido. Yo no quería más vivir, pues, llevaba más de dos siglos viviendo, y queriendo arribar en la vil muerte que no me llegaba, pues, en el desenlace final se vió un gran final mirando la luz al final del túnel. Y sí, fue en el amanecer, cuando el tiempo se detuvo como querer en el tiempo, un sólo tiempo sin pasar más en mi corta, pero, larga vida.
Continuará…………………………………………………………………………………