Si cuando en el trance de lo real y de lo sucedido yá, sólo yo quería ver y sentir la vil y cruel muerte, pero, algo me lo impedía, y eran las más de siete vidas de la gata Mimi que me dejó al morir. Si cuando en el mal desenlace y en el final de todo ví la luz al final del túnel, mirando y observando la muerte como un punto final de una partida trascendental de hace siglos, de hace más de dos siglos. Si cuando acabó el dolor y el sufrimiento, de mi corta, pero, larga vida, me ví aterrada al sinónimo de creer en el desierto compasivo, pero, tan exhaustivo como el mismo dolor cuando en el imperio socavó muy dentro del dolor y de la mala inconsecuente y la mala vida que me había dado después de yo saber la verdad, cuando en el trance de lo perfecto y de lo imperfecto se vió atormentada la faena de creer que aún estaba y que aún me hallaba con vida. Cuando en el unificar de la mala atracción de todo lo imperfecto, quedé combatiendo en una esfera trascendental y tan real como el haber sido autómata. En saber que el delirio frío me cuece de delirantes escalofríos, lo que más tenía la vida deparada para mi mala o buena suerte. Cuando en el delirio delirante de creer en el estómago vacío ni la muerte se me acercaba a buscar la vida o la misma muerte que ya tenía en esta vida pobre, insípida y devastada y desastrosa, pero, muy inocua. Si fue como buscar el delirio y tan delirante de creer en el embrague de toda la razón, cuando mi mundo soslayó en penumbras y deseos, de mirar lo importante que era todo para mí, e insuperablemente llegar hasta la vil muerte y en poder morir yo.
Si yo Ágata, a la que la gata le dejó más de siete vidas para que viviera con o sin razón. Le dejó marcada la totalidad de la razón inerte y densa en la misma cabeza, con esas más de siete vidas, cuando en el trance de lo imperfecto, me ví atormentada de fríos y escalofríos en obtener el frío descendiente de creer que el amor lo era todo y ni así, lo fue todo, cuando la manera de creer en el amor quedé sobreviviendo en vida y no muriendo jamás yo. Cuando en el combate de creer en el delirio socavando en la fuerza en querer entregar la razón perdida de poder creer en la vil muerte como algo superficial, pero, tan real y más tan natural como lo es poder morir en vida. Cuando en el momento más natural de todo era la vil muerte la que socava muy dentro de la vida y de la razón. Cuando en el embate de ver y de creer y de sentir el silencio en mi vida, me ví horrorizada por tanto terror de creer que nunca yo moriría. Cuando en la espera y tan natural de todo, me ví aterrada y aferrada a lo que sería un trance de una mala vida, sin poder hallar ni conseguir más la muerte en mi alrededor ni muy dentro de mi alma.
Si yo Ágata, a la que la gata Mimi, le dejó más de las siete vidas, y en contra de todo y de nada me ví aterrada a la mala situación de creer en el mal instante en que caí rendida a las siete vidas. Si cuando caí en redención sólo supe de algo más, de que viviría por siempre, si socavé muy dentro de mi pobre alma sucumbiendo en un sólo percance por creer en el mal instante inyectando una sola dosis de la vida más de siete vidas, cuando en el trance de lo imperfecto, yo ví la perfección de Dios, cuando en mi alma me ví aterrada en poder creer en el desenlace final en saber que el deseo era efímero, pero, trascendental cuando en el embrague de la vida sólo me ví en la vida viviendo. Si vivo en el mismo embate de vivir en el mismo ocaso frío y tan muerto como la misma muerte, pero, yo quedé mirando a ese sol, en el amanecer, sintiendo el sólo desagüe de la vida misma cuando en el instinto lo ví marcando el reflejo de ese sol sintiendo el amanecer en mi insistencia en poder más vivir, cuando el instante lo ví en el ocaso muerto, y frío cuando llegué a ese día y luego llegó la noche fría, cuando en la persistencia de la vida sólo quería vivir, y no deseaba morir, pues, era una niña que su gata Mimi se había muerto por ser atropellada y más por un automóvil, cuando en la insistencia de la vida dejando un por qué y tan desnudo como la luz en el alma, queriendo amar lo que conllevó una sola sustracción de amarrar lo que en el trance de la vida me dió con vivir con esas más de esas siete vidas, cuando en el desenlace final de todo me miré en el espejo de la vida y ¿qué me dijo?, que yo era tan linda como la vida misma y que viviera más, pero, sólo yo quería morir yá con el trance de lo perfecto hacia una quimera tan delirante en querer morir y yá, cuando los dos siglos de ésta maldita o bendita vida y que me dijo la vida que fue el amanecer en que se me petrificó la insistencia en no querer morir nunca más, cuando en el suburbio de la existencia en querer amarrar la sospecha en querer atreverme a llorar por la muerte indebida y no podía más. Cuando en el trance de lo imperfecto lo ví automatizando la espera de creer en la sospecha de creer en la vida a ciegas cuando se derrumbó el mundo en mis ojos petrificados, cuando en la posibilidad de creer en la vida se me vino la muerte inesperada sin poder llegar a mi vida y más matando mi rica vida. Cuando en el embrague de la existencia se dió la más fuerte de las esperas, cuando en el trance de la imperfección me dió con amar la vida si era tan sólo una niña, cuando en el suburbio de la realidad me dió el instante de creer en la insistencia que se petrificó la vida más que la muerte misma y en mí, cuando en la muerte sólo en la muerte me dió lo que más en el suburbio automatizó la gran espera inesperada de la muerte a mi larga vida. Cuando en la insistencia de los celos yo debí de creer en el desierto mágico en soslayar la espera y tan real como el principio dado en creer en la perseverancia de la vida misma, cuando en el trance de la espera me ví automatizando la espera y tan inesperada, como el deseo muerto, en querer matar la vida en un suicidio o en matar la vida con un veneno mortífero y tan letal como la daga misma, pero, no, no me dió lo efímero, lo corto, lo conciso y lo más putrefacto de la vida misma, cuando en el aire, sólo en el aire, sólo me intensificó la pureza de atraer en el imperio autónomo de la vida misma, lo que conllevó una débil sustracción en querer amarrar la vida a la vil y cruel muerte, sino me debate una sola atracción de ver la vida como esas siete vidas. Cuando en el trance de la muerte me debí de atraer a la misma conmiseración de ver el mal desenlace y con ver la tristeza en el alma, como una decadencia en la autonomía de creer en el mal final. Cuando en el delirio delirante de ver el reflejo de ese sol en el amanecer, sólo lo ví queriendo revivir a mi gata Mimi de la vil muerte, pero, ella, la gata Mimi, sólo me dejó inerte y densa y con más de las siete vidas de la vida. Cuando en el desenlace final de todo, me ví atormentada y tan real como el mismo suburbio autorizando lo más efímero de todo, y con la primicia de creer en la mayor ventaja de ver el cielo con ese sol siniestro y tan cálido como el embate de creer en la imperfección de un sólo infierno y que encerró mi vida en el tiempo y más en la misma daga de la vida. Y por vivir más me dió lo que más me horrorizó un temor a no morir más nunca cuando en el embate de creer en la misma contienda fría, si me entregué en cuerpo y alma a la vida misma. Cuando al final de todo, me dió con tocar el cielo, o sea, el amanecer con mis propios ojos de luz y de vida en muerte y supe algo que la vida tampoco pasa sino que el reloj de la vida se detuvo en el mismo instante en que mi gata Mimi me dejó las siete vidas dentro de mí y de mi cuerpo sucumbiendo en un sólo desafío inerte y tan denso en saber que el amanecer quedó petrificado entre mis ojos de luz, pero, la muerte me llegó a mí, cuando dejé de ver el cielo, el sol y el amanecer con mis ojos de gata y cerré los ojos y para siempre y sin ese amanecer que quedó adherido a mis ojos de luz. Cuando sólo fue el amanecer que quedó dentro de mí, y esperando por el tiempo, sólo dejé el amanecer en mi cielo de sol. Si soy Ágata, a la que mi gata Mimi le dejó las más de siete vidas en el amanecer.
FIN