“Lo más bonito de estar enamorado es el silencio.
Ese silencio que se crea cuando dos personas se miran a los ojos”
José Gómez Iglesia
Me hiciste saber de tu existencia
con un manojo de flores amarillas
atadas con cinta roja.
Sorpresiva, curiosa y expectante
fue tu presentación;
indagué, te busqué para conocerte
y agradecerte las rosas coquetonas
que adornaron la oficina, imaginando
el corazón fulgurante que las envió.
Tu juventud,
tu piel canela,
tu sonrisa,
tu espontaneidad,
tu maternidad,
tu soledad,
tu interés por mí;
me cautivaron.
Nos vimos,
nos atrajimos,
nos enamoramos,
nos entregamos,
y nos fusionamos
en una pasión sin condición.
Casada y abandonada estabas,
un hijo era el motor de tu existencia,
asuntos laborales nos separaron,
tus hermanas me vieron mayor para ti.
Así como apareciste,
me alejé de ti,
viajarías luego a rehacer tu vida familiar,
sin lograrlo, regresaste libre y dispuesta;
y yo, comprometido e indispuesto.
Tú, allá, yo aquí;
cada uno en caminos paralelos,
pero lo intenso de lo vivido en antaño,
recuerdos brotan con agrado.
La suma de los años transcurridos,
trae ocasionalmente a la mente
maravillosos recuerdos compartidos
y en ellos, la diferencia
en años de experiencia,
no hubiese sido un obstáculo para fusionarnos.