Tengo ganas de decir todas las malas palabras seguidas
porque hace unos instantes se nos escapó La Liga.
Realmente, no tengo el menor deseo de hablar,
pero mi instinto de estudiante de periodismo
me invita a reflexionar:
¿Qué hace un cubano, de Sancti Spíritus,
muriendo por gente que vive y de qué manera,
y está más allá de los mares y los ríos?
Lo que pasa es que la patria sabe muchas
más asignaturas que simplemente geografía,
y solo a través del dolor hallaremos nuevamente
la estación de ser feliz, y solo aprendiendo
a morir encontraremos la vida.
Ustedes dirán: no es para tanto perder un partido
o un torneo para gente que se pasa la vida ganado.
Lo que pasa es que los amo, y es peor que con una mujer
que te deja y no la vuelves a ver.
Regresaré a ellos el fin de semana,
aunque el Atlético gane mañana
y nos quedemos sin nada;
y luego nos veremos las caras
del corazón la próxima temporada.
Recuerdo lo que dijo mi hermano,
Julito Cortázar: «escupo en la cara del que venga a decirme
que ama a alguien sin probarme que por lo menos en una hora
extrema ha sido ese amor, ha sido también el otro, ha mirado
con él desde su mirada y ha aprendido a mirar como él hacia
la apertura infinita que espera y reclama».
Creo que me salvé de la escupida, porque
durante una hora estuve cerca de volar o morir, diciendo
todo lo que ellos no podían decir.
Lo que más me encabrona, sin embargo,
no es desperdiciar una ventaja de dos-cero
y acabar con el empate, ni aquella derrota contra el Granada.
Mi mayor dolor es que este dolor de hoy
me haga olvidar tantas alegrías archivadas,
y por supuesto, esa enfermedad incurable de mi mal agradecimiento.
No por escuchar tantas veces que los seguidores del
deporte tienen la memoria corta, he podido evitar estampar
la firma de un boleto hacia el olvido, después de cada partido.
Por eso, antes de que sea ya muy tarde, he aquí
mi corazón estremecido por un grupo que no se rindió.
En la desgracia sabemos cómo queremos vivir,
y yo quiero que ellos sigan hasta el final en mí.
¡Vizça Barça!